Descubrí Netflix un sábado en la tarde. Se veía como un extraño icono rojo en el menú del televisor. Apenas lo abrí el televisor se tiño de rojo. Luego apareció un mensaje que invitaba a la suscripción gratuita.
Por supuesto, no estaba muy de acuerdo con llenar el formulario, era sábado en la noche y no pasaba nada divertido. Así que decidí llenar la suscripción.
Registrar el nombre, el método de pago y listo. Esperé un momento. Una serie de carátulas rectangulares aparecieron. Netflix alardeaba del extenso catálogo de vídeos en su poder.
¡Qué sorpresa! encontré viejas series. Películas antiguas y nuevas. Podía mirar todas. A cambio debía entregar mi atención y mi tiempo. Y al parecer tenía mucho tiempo.
Cargué un vídeo. Hice pausa. Fui a la cocina a traer un poco de comida. Volví al sofá. Me sentía bien.
Pasó un mes y la suscripción gratuita había caducado. No podía aceptar que el acceso al catálogo había terminado. Me había vuelto adicto. Pagué.
Luego pasó otro mes y volví a pagar. Deje de ver la televisión, dejé de leer, las labores domésticas se detuvieron. Hedonismo.
Dormía muy tarde. Iba al trabajo con la camisa arrugada, los zapatos manchados, los ojos rojos. La mente ocupada en el próximo capítulo de la serie.
Lo acepto, me había abandonado.
Desistí de pagar la suscripción del 3er mes. Era libre nuevamente.
Y bueno tenía mucha libertad que disfrutar en adelante. Llegué a casa. Me serví una buena taza caliente de manzanilla (como en los buenos tiempo antes de Netflix). El reloj marca 8:22 de la noche. Tomé un libro que había dejado a medias. Me senté en el comedor. Hora de leer. Luego hora de dormir y levantarse temprano.
...
Lo siento amigos lectores, no pude evitarlo: A las 11 de la noche estaba mirando el 8vo capítulo de House of Cards.
Antes de sentir culpa escribí un mensaje de texto simpático: "Jefe, mañana llego tarde al trabajo". Ya había escrito algo parecido antes, cuando era adicto a los juegos en línea.
Hasta la próxima.
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